Aceptación, ésa es la opción.
«Lo que resistes, persiste. Lo que aceptas, te transforma». Carl Jung.
Haciendo honores a un grande de la psiciología, puedo asegurar que uno de los pasos más importantes que se da en cualquier terapia, es aceptar la situación que nos está tocando vivir, sea cual sea, con el fin de dar con la llave que abra la puerta que nos permita avanzar en el proceso de sanación.
En muchas ocasiones me encuentro en la consulta que se confunde aceptación con resignación, por este motivo, trataré de explicar la diferencia entre ambos términos.
Hay veces que nos resulta difícil aceptar las cosas, no es que no queramos, pero cuando estamos sumergidos en un proceso costoso, nos parece imposible poder hacerlo.
A la mayoría de las mujeres que nos ha tocado pasar por un proceso de infertilidad, inicialmente, nos parece altamente difícil aceptar esta situación, porque aparecen sentimientos de rechazo, culpa, vergüenza, rabia, impotencia o tristeza, entre otros… y a medida que pasa el tiempo y los fracasos se suceden, comenzamos a resignarnos.
Si empezamos hablando de resignación, podemos decir que nos sentimos resignados cuando tenemos la sensación de que no podemos hacer nada. Nos sentimos indefensos ante una situación, lo que termina generando sufrimiento, porque es como si continuamente estuviéramos luchando en contra de la realidad que nos ha tocado vivir, intentando cambiarla, pero al ver que no podemos hacerlo, aparece el resentimiento o la desesperanza.
Este estado de ánimo provoca bloqueo y me obliga a permanecer anclado a la situación, sin capacidad de elección y sin poder buscar alternativas que me permitan un cambio.
Es como darnos por vencidos, creyendo que no hay solución y que no hay nada en nuestra mano que podamos hacer. Como si dijéramos: «No me gusta mi vida, pero es la que me ha tocado vivir, qué le voy a hacer, la vida es así» …
La aceptación, por el contrario, nos abre puertas a la acción. Cuando acepto una situación tal y como es, aunque no me guste, me permito buscar otras formas de hacer las cosas. De esta manera, no me siento indefensa, porque, aunque no pueda hacer nada para cambiar la situación, sí puedo elegir cómo vivirla, lo que facilita estar en mayor equilibrio emocional e incluso aprender algo de ella.
Aceptar, posibilita tener el control de la situación, lo que aporta calma. Sólo desde esta calma podemos empezar a tomar decisiones. Nos podremos centrar en lo que podemos hacer para sentirnos más reconfortados, en lugar de centrarnos en lo que nos paraliza o hace daño.
Si, por ejemplo, mi proyecto desde hace un tiempo es formar una familia y tener un hijo, pero pasan los meses o incluso los años y no lo consigo, en lugar de posicionarme con una sensación de indefensión ante la infertilidad, elijo posicionarme desde la aceptación, de esta manera, posiblemente, me resultará más sencillo poder ir afrontando las etapas que me quedan por pasar. No será fácil, pero sí lo llevaré de una forma más saludable a nivel emocional, experimentando sentimientos agradables como la calma, respeto, serenidad, en lugar de desagradables como la rabia, frustración, culpa o tristeza.
Si acepto la situación, se produce un cambio en mí. Si me resigno, todo sigue igual.
La situación puede seguir siendo la misma, sigue sin gustarme, pero en lugar de invertir mi energía en emociones que no me favorecen y no me ayudan, la invierto en cambiar lo que está en mi mano.
La aceptación te permite ser protagonista, en lugar de una mera espectadora. También ayuda a que pierdas el miedo a aceptar lo que ha ocurrido. Negarte a ello, no sólo no cambiará la situación, sino que te impedirá actuar y buscar opciones para ser feliz.
La diferencia radica en la respuesta a la pregunta: “¿La situación me supera… o yo supero a la situación?”
Si crees que este post puede ayudar a otras personas, puedes compartirlo en las redes sociales.
Gracias por compartir.
Olivia de Prado
Y recuerda, “no me resisto, lo acepto”.
Aceptación, ésa es la opción.
«Lo que resistes, persiste. Lo que aceptas, te transforma». Carl Jung.
Haciendo honores a un grande de la psiciología, puedo asegurar que uno de los pasos más importantes que se da en cualquier terapia, es aceptar la situación que nos está tocando vivir, sea cual sea, con el fin de dar con la llave que abra la puerta que nos permita avanzar en el proceso de sanación.
En muchas ocasiones me encuentro en la consulta que se confunde aceptación con resignación, por este motivo, trataré de explicar la diferencia entre ambos términos.
Hay veces que nos resulta difícil aceptar las cosas, no es que no queramos, pero cuando estamos sumergidos en un proceso costoso, nos parece imposible poder hacerlo.
A la mayoría de las mujeres que nos ha tocado pasar por un proceso de infertilidad, inicialmente, nos parece altamente difícil aceptar esta situación, porque aparecen sentimientos de rechazo, culpa, vergüenza, rabia, impotencia o tristeza, entre otros… y a medida que pasa el tiempo y los fracasos se suceden, comenzamos a resignarnos.
Si empezamos hablando de resignación, podemos decir que nos sentimos resignados cuando tenemos la sensación de que no podemos hacer nada. Nos sentimos indefensos ante una situación, lo que termina generando sufrimiento, porque es como si continuamente estuviéramos luchando en contra de la realidad que nos ha tocado vivir, intentando cambiarla, pero al ver que no podemos hacerlo, aparece el resentimiento o la desesperanza.
Este estado de ánimo provoca bloqueo y me obliga a permanecer anclado a la situación, sin capacidad de elección y sin poder buscar alternativas que me permitan un cambio.
Es como darnos por vencidos, creyendo que no hay solución y que no hay nada en nuestra mano que podamos hacer. Como si dijéramos: «No me gusta mi vida, pero es la que me ha tocado vivir, qué le voy a hacer, la vida es así» …
La aceptación, por el contrario, nos abre puertas a la acción. Cuando acepto una situación tal y como es, aunque no me guste, me permito buscar otras formas de hacer las cosas. De esta manera, no me siento indefensa, porque, aunque no pueda hacer nada para cambiar la situación, sí puedo elegir cómo vivirla, lo que facilita estar en mayor equilibrio emocional e incluso aprender algo de ella.
Aceptar, posibilita tener el control de la situación, lo que aporta calma. Sólo desde esta calma podemos empezar a tomar decisiones. Nos podremos centrar en lo que podemos hacer para sentirnos más reconfortados, en lugar de centrarnos en lo que nos paraliza o hace daño.
Si, por ejemplo, mi proyecto desde hace un tiempo es formar una familia y tener un hijo, pero pasan los meses o incluso los años y no lo consigo, en lugar de posicionarme con una sensación de indefensión ante la infertilidad, elijo posicionarme desde la aceptación, de esta manera, posiblemente, me resultará más sencillo poder ir afrontando las etapas que me quedan por pasar. No será fácil, pero sí lo llevaré de una forma más saludable a nivel emocional, experimentando sentimientos agradables como la calma, respeto, serenidad, en lugar de desagradables como la rabia, frustración, culpa o tristeza.
Si acepto la situación, se produce un cambio en mí. Si me resigno, todo sigue igual.
La situación puede seguir siendo la misma, sigue sin gustarme, pero en lugar de invertir mi energía en emociones que no me favorecen y no me ayudan, la invierto en cambiar lo que está en mi mano.
La aceptación te permite ser protagonista, en lugar de una mera espectadora. También ayuda a que pierdas el miedo a aceptar lo que ha ocurrido. Negarte a ello, no sólo no cambiará la situación, sino que te impedirá actuar y buscar opciones para ser feliz.
La diferencia radica en la respuesta a la pregunta: “¿La situación me supera… o yo supero a la situación?”
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Gracias por compartir.
Olivia de Prado
Y recuerda, “no me resisto, lo acepto”.